Desde Razón Pública redactan el siguiente artículo:
Disparar a la pantalla: cuando el arte es el culpable
Se dice que el primer largometraje hecho en Colombia fue El drama del 15 de octubre, una reconstrucción, entre la ficción y el documental, del asesinato del general Rafael Uribe Uribe, filmada en 1915 por los italianos Francesco y Vicenzo Di Domenico. La película suscitó un gran escándalo en su época, entre otras razones porque en ella salían en pantalla los asesinos reales del caudillo (Leovigildo Galarza y Jesús Carvajal) en tomas grabadas en el Panóptico donde estaban recluidos por el crimen.
Además, la figura de Uribe Uribe todavía era motivo de grandes disputas simbólicas en este país siempre convulsionado por divisiones políticas, y se cuenta que en una de las pocas funciones de la producción uno de los espectadores no tuvo empacho en descargar el contenido de su revolver sobre el fotograma que mostraba el rostro del general al inicio de la película.
En esta primera experiencia del arte más moderno (el cine) en nuestro país se pueden encontrar muchas pistas acerca de la manera que tenemos de relacionarnos con las creaciones ficcionales. Desde entonces en Colombia parece que no sabemos distinguir la realidad de la ficción y nos seguimos portando como los desubicados espectadores de El drama del 15 de octubre: creemos que la inmerecida representación artística de nuestros enemigos es el blanco al que debemos mandarle nuestros disparos.
En nuestros tiempos este estéril debate ha adquirido nuevas formas con motivo del reciente auge de las “narco-novelas”, pues no han faltado mentes bienintencionadas que han asegurado que la causa de que el tráfico de drogas se haya mantenido con fuerza en el país y de que los niños quieran crecer para convertirse en “traquetos” se debe a la perniciosa influencia de estas series. Sin embargo, esto es muy parecido a buscar la fiebre en las cobijas.
Sin duda la sobreoferta de telenovelas sobre carteles de la droga es criticable por muchos motivos, como el hecho de haber copado casi toda la programación nocturna con historias poco imaginativas, muy repetitivas, mediocremente hechas y con el único objetivo de ganar audiencia. Pero es ridículo pensar que el narcotráfico en el país ha tenido su mayor aliciente en los imaginarios creados por la televisión.
Si en el país todavía proliferan ciertos comercios ilícitos es por razones que van desde la ausencia del Estado en las regiones hasta las dificultades del ascenso social legal (entre muchas otras razones que se analizan semanalmente en este portal, por ejemplo). Creer que el problema está en las telenovelas es una de las muchas formas que parecemos tener en Colombia de resolver los problemas solo con el pensamiento (o con leyes) sin traducir nuestros buenos deseos en acciones concretas y efectivas en la realidad.
Recientemente dos prominentes mujeres de la opinión nacional nos dieron nuevos ejemplos de lo peligroso que puede ser atacar las representaciones creativas creyéndolas reales. Y ambas lo hicieron con el único autor que puede suscitar controversias de calibre nacional: Gabriel García Márquez (no porque no haya más, sino porque es el más conocido).
Para leer completo este artículo, pueden ir al enlace de Razón Pública: https://www.razonpublica.com/index.php/cultura/10731-disparar-a-la-pantalla-cuando-el-arte-es-el-culpable.html