TOMOE
Por: Juan Carlos Quenguan Acosta
CAPÍTULO DÉCIMO: FÍN DE LA EPIDEMIA, NUEVO INICIO.

SaturnGirl por JCQA, dibujo calcado del personaje Hotaru Tomoe/Sailor Saturn de la franquicia Sailor Moon de Naoko Takeuchi.
Colombia sufrió una de las peores epidemias de las últimas décadas, se podía contar cuántos eran los contagiados, cuántos fueron internados en las unidades de cuidados intensivos, cuántos fueron los fallecidos, cuántos se pudieron recuperar, quiénes estuvieron en bancarrota y cuántos desobedecieron ante las medidas estrictas de una del aislamiento preventivo obligatorio, decretadas por el gobierno colombiano hacia rumbas, viajes, reuniones familiares y eventos masivos durante cuarenta semanas. Pero es imposible comentar.
Tristezas, melancolías, desesperaciones invadieron en la salud mental de los colombianos, mas no para la casa de Juan, quien ayudado y apoyado por la familia Tomoe, en especial de Hotaru, el joven colombiano pudo vivir en duelo, haciendo lo que hizo su madre Cecilia ante el fallecimiento del padre: rezar nueve rosarios en nueve noches, sin imágenes de santos ni ángeles, frente a una pieza sin ser tocada en todo ese tiempo. Aunque fueran sintoístas, la familia Tomoe acompañó y respetó el credo católico de Juan, no sólo en los rosarios, sino en la misa realizada en la tradicional parroquia del barrio Troya, un día antes del crematorio en una de las funerarias de la ciudad.
A los treinta días del fallecimiento de Cecilia, los ensayos de las vacunas generaron excelentes resultados en todos los hospitales y clínicas. El profesor Tomoe, acompañado por una comisión de científicos y médicos, redactaron una solicitud ante el Instituto de Alimentos y Medicinas, el Ministerio de Salud la Organización Mundial de la Salud, para la aprobación de la vacuna de manera urgente y extraordinaria, para continuar el proceso de inmunización a los primeros colombianos, familiares del personal médico, personal de policía, bomberos, defensa civil, profesores y familiares de los pacientes contagiados, que sería la población de la segunda fase.
En ese tiempo, durante una reunión para recibir cenizas en el sencillo y pintado cofre de madera, alguien se acercó a Juan, quien estaba acompañado por Hotaru y Hayate.
—Lamento de corazón por la pérdida de su madre, soy el arrendador del local donde está la lavandería de sus padres— dijo el señor, saludando de puño con Juan.
—Gracias don César, yo le recuerdo cuando mi papá inauguró el lavaseco, hace como más de veinte años— saludó Juan, recordando al señor.
—Ha pasado mucho tiempo, verdad, ¿y quiénes lo acompañan?
—Le presento a Hotaru y a Hayate, de la familia del profesor Souichi Tomoe.
—¡Claro! El científico que está liderando el desarrollo de la vacuna, de mi parte, es en un gusto saludarlas.
—Gracias— respondieron las chicas, dando una venia.
—Bueno Juan, como su madre falleció, al igual que su padre, no dejó un testamento, para definir el próximo dueño de la lavandería, sería importante que usted defina, ¿si continúa con el legado de su familia en funcionar con el lavaseco? — La pregunta de César dejó incómodamente pensativo a Juan.
—La verdad… Es que no quiero continuarlo— respondió Juan.
—Entonces, necesito que busquen la manera de vender el lavaseco, si no lo hacen, yo mismo venderé el local a un interesado en un nuevo negocio, además, todo lo que hay en el lavaseco está intacto, ya que, necesito que me paguen de los arriendos mensuales atrasados— explicó serio César.
—Pero mi mamá le pagó cumplidamente— reaccionó un poco molesto Juan.
—No lo es, quedó debiendo dos meses, por lo menos, pude convencer a los técnicos, tanto del agua como de la luz, para que cortaran dichos servicios, con tal de que el lavaseco continuara funcionando— insistió César.
—Perdón que me entromete en ese asunto— interrumpió Hotaru, quien agregó —conozco a Juan y sé que él no conoce el funcionamiento de la lavandería.
—¿Y si lo ayudamos? — propuso Hayate.
—Cualquier ayuda es bienvenida, estoy dispuesto en definir todo, así sea mañana— ofreció César.
—Bueno, entonces lo espero en mi casa mañana, para definir el asunto— aceptó Juan.
A la mañana siguiente, César se presentaba en la casa de Juan, donde sentados sobre las sillas plásticas de color rojo ladrillo estaban Souichi, Juan, Inukai y César, mientras las chicas estaban de pie, para escuchar.
—Éstos son los documentos de arrendamiento del último año que firmó su mamá— dijo César, mostrando el documento a Juan, quien leía detalladamente, luego el arrendador agregó —la última vez que ella pagó fue hace unos meses, y eso que me pidió plazo, por el motivo de que faltaba combustible, o que faltaban ganchos para la ropa, que la máquina de compacto tuvo fallas, que la caldera no funciona… en fin.
—Mi mamá nunca mencionó, porque era una experta en convencer a los demás, para ocultarme sus movimientos, eso lo hacía cuando compraba o cuando vendía— comentaba Juan.
—Sí… Ella era diferente don Humberto, el papá de Juan, lo recuerdo porque era un buen hombre, siempre estaba preocupado en pagar a tiempo y tenerlo todo listo…— manifestó nostálgico César.
—¿De qué falleció su padre? — preguntó Souichi a Juan.
—De infarto cardiorrespiratorio, eso fue en diez años. Mi papá tenía setenta años y me acuerdo esos últimos días del estrés que tuvo, se peleó con mi mamá por algo muy bobo que era el gusto por la comida, en momentos cuando no teníamos dinero para comprar mercado en la central de abastos— respondió Juan.
—Juan, tu papá no era el único que ganaba el cariño de los vecinos y clientes del lavaseco, tu mamá también lo era cuando se apropió del negocio, era comunicativa y buena negociante— agregó César.
—Pues yo soy diferente de mis padres, nunca fui bueno en el trato al cliente, aprendo en ritmo lento y me quedo estático cuando cometo algún error— dijo sincero Juan.
—Pero eres de los más inteligentes y con eso puedes manejar el servicio del lavaseco— replicó César, añadiendo —le pido que atienda a todos los clientes, quienes hoy están preocupados por sacar sus ropas; mira, le daré tiempo suficiente para que pueda volver a funcionar la lavandería.
—Pero no conozco a alguien para que me ayude en funcionarlo…— dudó Juan.
—Quiero proponer algo— interrumpió Souichi —aunque no conozco sobre el manejo de lavanderías, puedo apoyar a Juan con lo que pueda.
—Yo también quiero apoyar— Hotaru alzó su voz, sorprendiendo a todos.
—Por favor… No quiero meterlos en los asuntos de mi familia— pidió Juan.
—Juanito… Date cuenta que tus padres no están, tú estás solo y no sabes cómo solucionar— dijo Hotaru, añadiendo — Si no tiene algo que te apoye, ¿cómo vas a sacar tu vida? Sé lo que es perder un ser querido, mi mamá Keiko murió en un atentado, era la persona a quien más quería junto con mi papá. Ella me enseñó, cuando tenía uso de razón, en que todo ciclo de vida, uno termina en momento menos esperado, habrá un nuevo inicio donde uno debe tomar sus propias decisiones para vivir, comer, bañar, estudiar, trabajar y tener su propia familia, si lo desea.
Después de escuchar, Juan reflexionó en poco tiempo y tomo una decisión.
—Es verdad, no puedo tomar mis propias decisiones, si no tengo a alguien quien me acompañe… He perdido a mis padres y los demás familiares no querrán saber nada de mí, solo por la ambición del dinero que deja el lavaseco y coger esta casa que vivo. Hoy tengo a mi querida Hotaru y a toda su familia, quienes están como inquilinos, pagando servicios públicos que yo debería pagar… Sé que todos quieren ayudarme… Por lo tanto, aceptaré, con la condición en que se queden viviendo en esta casa en todo el tiempo que quieran.
Souichi miró a Hotaru, quien asintió.
—Claro que aceptamos vivir en su casa, además, como veo que está en irregulares condiciones, pediré ayuda de algunos arquitectos y maestros de obra, para que uno de los pueda arreglarla, ya que su costo es poco, comparado con la reconstrucción de nuestra casa— aceptó sonriente Souichi.
Así, Juan y César acordaron para que el joven tomara de manera temporal el negocio de la lavandería.
Al día siguiente, Juan, Souichi y Hotaru fueron en taxi hacia la dirección de la lavandería, la misma que Juan lo recordaba cuando era joven. Al bajar, se sorprendieron que los vecinos del sector hicieron un altar improvisado en la reja blanca que cubría el negocio, donde era adornado por suaves cintas moradas, formando un marco alrededor de la misma reja, pegadas por todos lados de ramos de flores de diferentes colores.
Todos los vecinos formaron una fila, de un metro de distancia entre ellos, para esperar que abriera el lavaseco. Al frente de la reja estaba César, acompañado por otro hombre con quien estaba hablando.
—Hola Juan, gracias por venir para abrir el lavaseco— saludó César.
—Buenos días don César, aquí vine acompañado por el señor Tomoe y su hija Hotaru, quienes me acompañaron desde el momento en que mi mamá estaba hospitalizada— respondió Juan.
—Hola Juan, ¿te acuerdas de mí? — Preguntó el acompañante de César.
—Pues no me acuerdo…— Dudó el joven.
—Soy Javier, el prensista que acompañó a tu papá, cuando eras pequeño.
—Claro… Sí lo recuerdo…— Recordó Juan, quien dio un saludo de puño con Javier.
—Como veo que tienes poco conocimiento sobre el manejo del lavaseco, si quieres, te puedo asesorar— comentó, ofreciéndose Javier.
—Por mí no hay problema— dijo Juan, quien agregó — voy abrir la reja…
—Espera, le ayudo en abrir la reja, pásame las llaves— sugirió Javier.
—Gracias…
Juan entregó las llaves a Javier, quien después abrió la reja con dificultad, ante la mirada de todos los vecinos y clientes desesperados. Después, Javier, Juan, Hotaru y Souichi ingresaron al local, revisaron los muebles y la maquinaria de la lavandería; luego, Javier avisó que pasara el primer cliente de la fila para atenderlo, y a la vez, enseñar a los tres presentes la manera de buscar las prendas que estaban colgadas por ganchos plásticos de color negro en la barras galvanizadas, la ropa estaba debidamente seleccionada en diferentes tipos, en especial si eran pantalones jeans, vestidos de paño, chaquetas sencillas e impermeables, camisas, cobijas, hasta peluches y tenis; luego de escoger por los números de serie que estaban impresas en recibos, los cogen, los entrega a cada cliente que se acercaba de la fila, para que ellos paguen por el valor de la lavada y la planchada.
A pesar que el trato a los clientes era ameno y cordial, algunos clientes tenían actitudes irrespetuosas hacia los que estaban en frente del mostrador durante toda la mañana.
—¿Cuándo volverán a funcionar el lavaseco?
—¿Será que lo van a vender?
—Es el único lavaseco que hay en todo el barrio.
—Siempre he confiado toda mi ropa en este lavaseco, desde hace mucho tiempo.
—¿A qué horas abren?
—¿A qué horas cierran?
—Tengo ropa metida acá desde hace muchos meses.
Éstas y otras frases más se escuchaban de los clientes, unos preocupados, otros angustiados, pocos desesperados. Pero nunca faltaron algunos adultos mayores, quienes, por saber de mucho, presionaron a su manera, para que los atendieran rápido.
—Este lavaseco es malo.
—Este lavaseco tiene mala atención.
—Se demoran en atender.
—Esas personas que están no son del lavaseco.
—Puede ser muy hijo de los anteriores dueños, pero no sirve para nada.
—Necesito que entreguen mi ropa ¡De inmediato!
Juan no soportó más ante los exigentes clientes, se enojó, salió del mostrador hacia el almacén de ropas, tapadas en plásticos transparentes; el joven agarró su cabellera con sus manos, para luego dar golpes de puños a su propio frente.
Cuando no vio al joven con los clientes, Hotaru lo buscó y al encontrarlo en el almacén de ropa, contempló la reacción incompetente de Juan, sintiendo impotencia y vergüenza de sí mismo.
—Amor, ¿estás bien?
—No lo estoy… Me siento bobo ante esa gente… Nunca aprendí en cómo tratarlos y en cómo atenderlos… Prefiero cerrar y olvidar de este negocio…
Hotaru acercó a su amado, puso sus manos sobre los hombres del joven y miró a sus ojos.
—Tranquilo mi amor, debes ser fuerte en estas circunstancias, aunque no conocí a tu mamá, sé que ella era buena con los clientes para charlar y para vender a la vez…
—Pero mi mamá fue dura conmigo… Muchas veces alzaba la voz por mi torpeza, por quedarme como una momia, por no ser una persona abeja, como era ella…
—¿Por qué?
—Porque una cosa es el hecho de ser una persona inteligente, y otra distinta es aprender en la comprensión, en el entendimiento, en el perdón; mi mamá nunca me enseñó todo ello, solo me regañaba, me castigaba, me gritaba y en un segundo se acerca a las personas como si nada, hablando como comadre que era, queriendo olvidar que yo estoy aquí… No he podido sacar mi vida hacia adelante, quería mostrar, pero ese miedo que tenía hacia mi mamá era terrible, ya que, cada vez que mi mamá se ponía furiosa por cualquier error mío, me trataba como un criado o un peón. Ahora sé, ¿por qué mi mamá me quería de niño y no me quería cuando soy joven?
—Sé que es difícil entender a las personas, pero te pregunto: ¿en verdad querías a tu mamá?
Juan quedó callado, trataba de responder, pero su corazón impidió al cuerpo en expresar algo desagradable, luego tomó un respiro.
—Sí… La quería cuando estaba viva.
—¿Y aún la quieres, cuando no está?
Juan volvió a callar, estaba confundido y estresado, recordando tantos momentos que convivió con Cecilia.
—Sí…
—Mi amor, escucha… Si te pido que olvides todo eso, sería el peor consejo; si te pido que te tranquilices y que todo saldrá bien, te mentiría; porque yo también fui así, pero algo diferente. En mi vida anterior como princesa, convivía con mi familia, en medio de un palacio con tantos lujos. La primera persona que yo quería, ante de mi mamá Keiko era la reina Atenea, quien era mi primera madre biológica, ella me consintió por ser su más apreciado tesoro, por ello me dio todo, no solo cosas materiales, sino valores como humildad, bondad, confianza, solidaridad, perdón; más nunca me enseñó sobre el amor. Lo que me cuentas es algo que deba valorar desde otro punto de vista, porque estoy segura que Cecilia te quería mucho.
—¿Cómo puedes decir eso?
—Sencillo, en el Reino de Saturno, sus habitantes vivían casi iguales en sentires y pensares, nunca hubo reclamos ni protestas. Si algo fallaba, todos discutían y se echaban las culpas, tal y como te conté sobre lo que me pasó con las guardianas; eran largas y tediosas discusiones que llevaban al odio y a la intolerancia y que provocaban una serie de conflictos. Uno puede ser inteligente, pero para ser sabio hay que saber vivir. He aprendido mucho de los humanos, tiene de todo, cometen muchos errores, se alegran y se amargan a la vez; los valores con iguales a los que aprendí, pero veo que algunos de ellos piden perdón y muy pocos pueden enmendarlos, eso lo vi poco en los habitantes del Reino de Saturno.
Las palabras de Hotaru tranquilizaba poco a poco los ánimos alterados que Juan tenía.
—Perdóname por ser así mi amor, mi mamá nunca me enseñó a perdonar ni a enmendar mis propios errores, siempre eludía de los problemas, quería que comprara sus cigarrillos para estar bien con sí misma, olvidando que yo estaba ahí.
—No te amargues por lo que hizo o no tu mamá… Aún me falta saber más de ti, porque me has compartido tus gustos, aficiones y pasatiempos… Desde hoy, te pido que me compartas tu corazón, tus sentires, tus pensares… Estoy segura que te entregaré todo lo mío… Porque, en el momento de nuestro primer beso, sellamos nuestros lazos y marcamos nuestra convivencia de por vida. No puedo reemplazar a tu mamá, pero te acompañaré, para que tengamos confianza y podemos ayudarnos y apoyarnos mutuamente.
—Gracias mi amor… Porque eres la única amiga que entendió mi vida…
—Gracias tú a mí, porque a pesar de no tener amigos en mi vida como Hotaru, llegaste a compartir todo de ti… Por ahora, te voy a secar tus lágrimas, porque no quiero que estés triste, y eso también me invade. Prométeme que contarás todo, que yo te prometo hacer lo mismo, sin secretos guardados.
—Te prometo…
Después de escucharlo, Hotaru sacó uno de los pañitos que tenía y secó con suavidad y delicadeza las lágrimas de su amado, lo abrazó y lo condujo de nuevo al mostrador, cuando no había clientes.
Juan y Souichi hicieron todo lo posible en estar al día con los pagos de los servicios públicos e impuestos, sino en realizar el inventario general de la lavandería, todo con tal de vender el negocio y recibir a los interesados en comprarlo.
Pasaron tres meses del reinicio de la lavandería y la única oferta era por parte de Javier, quien quería comprarlo, sin embargo, eso quedó en charlas, promesas y anuncios, más no en hechos.
Juan llamó a Javier para estar en una reunión urgente con César. Al día siguiente se reunieron en la lavandería en compañía de Souichi y de Hotaru.
—Necesito saber ¿si tiene el dinero listo para realizar la venta del lavaseco? — preguntó Juan a Javier.
—Qué pena con ustedes, pero a última hora no podré comprarlo, ya que uno de mis hermanos lo usará para el nuevo negocio del asadero de pollos— respondió Javier.
—Pero usted me dijo que tenía todo, ¿por qué ese cambio de opinión? — cuestionó molesto Juan.
—Juan, sé que es un compromiso que tengo con tus padres, pero, debo apoyar a mis hermanos— contestó Javier.
—Entonces, ¿por qué nos hizo ilusionar en estos tres meses?
—Lo lamento Juan, espero no haberlo incomodado por mi incumplimiento.
Escuchando atento la conversación, Souichi habló con Hotaru.
—¿Qué harás papá? — preguntó Hotaru
—No me queda más opción que comprar yo mismo la lavandería— respondió sonriente Souichi.
—¡Vas a comprar con tus ahorros?
—Es la única manera que puedo ayudar a Juan, al final y a cuenta, es un momento de agradecimiento.
Souichi aprovechó que estaban hablando Juan y César, para comunicar su decisión.
—Señores, deseo comprar el lavaseco, sé que estoy aprendiendo en su manejo con Juan, pero el respeto y el cariño que tienen los clientes por este negocio durante años me ha llamado la atención, además, esto es como agradecimiento a Juan por ayudarnos y por apoyarnos.
Juan y César aceptaron a Souichi, para luego realizar los trámites de compra de la lavandería en la siguiente semana.
Terminada las cuarenta semanas de confinamiento y medidas restrictivas en Colombia, se dio la aprobación de la aplicación de la única vacuna de urgencia, creada por la Universidad Superior Nueva Bacatá, liderada por Souichi Tomoe.
La comunidad médica y científica realizaron reconocimientos al científico japonés, quien pidió doble nacionalidad para quedarse en Colombia. Ante las invitaciones para ceremonias y reuniones de reconocimientos, el mismo profesor decidió rechazarlas, porque su prioridad era el de ser dueño de una humilde lavandería.
Hotaru terminaba el periodo lectivo de la carrera tecnológica, en el cual, escogió realizar prácticas en la sede de Comunicación Gráfica del S. C. A.
Juan realizó el abandono voluntario a la carrera tecnológica, costando la suspensión por un año y el impedimento en realizar prácticas en empresas privadas, todo por colaborar con Souichi en el manejo de una lavandería que estaba reiniciando con plenitud.
Inukai, Haruna y Hayate decidieron asentarse en Colombia para trabajar y estudiar, con todo, los días viernes y sábados, fueron a colaborar en la lavandería.
Llegaba el Salón del Ocio y La Fantasía, el primer evento masivo aprobado por las autoridades colombianas, realizado en el mega centro de ferias y exposiciones de Bacatá, el evento de aficiones y pasatiempos más grande del mundo; con presentaciones artísticas, concursos, juegos, conferencias, campeonatos, exposiciones; además de la llegada de invitados nacionales e internacionales del cómic, anime y manga.
Hotaru y Juan fueron los cinco días del evento, ella con su traje de Saturn Girl, la misma que portó cuando se enfrentó a los androides en Bacatá; él, llevando cámara fotográfica profesional, ya que administraba un medio alternativo de comunicación virtual de interés general.
Juntos caminaron por los amplios pabellones, viendo presentaciones, comprando algunos artículos de sus series de anime y manga favoritos, tomando fotos con cosplayers y con aficionados conocidos y extraños, muchos de ellos pensando que Hotaru era una cosplayer profesional.
Para descansar en el lugar, la pareja compraba empanadas, hamburguesas y jugos naturales; luego, cogieron una de las sillas metálicas, ubicada al costado de uno de los pabellones.
—Confieso que me siento extraña, transitando por este lugar con mi verdadero traje— comentó sonriente Hotaru.
—Seguramente, desde que no has intervenido en ninguna acción policial— dijo Juan, comiendo una empanada.
—No quise intervenir en los asuntos de la humanidad, porque había acordado con mis primas, a través de telepatía, en que, si existiera o haya sucesos paranormales, nosotras estaremos ahí, para proteger y cuidar el planeta Tierra y la Vía Láctea— explicó Hotaru, tomando jugo de naranja.
—Bueno, pero en este evento si puedes venir como eres… — manifestó sonriente Juan.
—Así es amor, te recuerdo que yo estaré contigo todo el tiempo, al final, no creo los asistentes estén interesados sobre nosotros, pero eso sí, si preguntan quién soy, diles que soy una cosplayer, de nombre Andrea…— dijo sonriente Hotaru.
—Así lo haré, entonces, ¿vamos a la conferencia de la actriz de doblaje mexicano que interpretó a Sailor Saturn y a Lena Luthor?
—Sí, claro, vamos…
Ambos se levantaron y caminaron hacia el auditorio, para pasar un rato juntos.
Publicado para el medio alternativo Sitio Bagatela el día 6 de enero de 2022.