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DESESPERACIÓN
Es fácil para un ser humano angustiar cuando todo lo que hizo, todo planeado, todo luchado y todo trabajado durante meses o años, terminara en un bloqueo de algo, sea el acontecimiento que sea, por ende, para solucionarlo se desespera, porque siempre los imprevistos se presentan, o en el momento menos esperado. Esa situación pasa en cualquier aspecto de la vida.
Cuando surgen guerras, desastres naturales o pandemias en toda la historia de la humanidad, ninguna persona estaba preparada para afrontarlos, porque comienza a improvisar, a veces sale bien, a veces sale mal, intenta otra y otra vez y el daño, sea de cualquier tamaño, se agravaría aun más. Luego, empieza con el desespero, buscando soluciones rápidas, de las cuales, pocas veces resultaba favorable y en muchas otras empeora.
El estrés se hacía presente, la fe y la esperanza cayeron de picada. La desesperación se volvía frecuente en todos los días con fracasos, enemistades y obsesión de ganar ese algo inalcanzable y tropezaba al piso de la cruda y cruel realidad. Malgenio, odio y desilusión marcaron en los rostros desesperados y angustiantes de aquel ser inocente que lo convertiría en culpable frente los juzgamientos de los demás, justificando el mal proceder durante tiempos prudentes.
Algunos decían que era mala suerte, que una posesión de espíritu malvado, que era circunstancial, que pasará de manera pasajera; mientras, otros referían que era consecuencia de las malas vibras que uno imponía con todo su corazón.
En muchas ocasiones, los resultados de solución fueron totalmente negativos, dejando que uno se quebraba, o que renunciaba de manera irrevocable, de pagar condenas o en casos más graves, al suicidio o al asesinato.
Era fácil para cualquier persona incentivar, sea de buena o mala fe, la manera de que uno mismo se corrigiera, enmendara o pedir perdón, métodos que serían rechazados por una sociedad exigente, que juzgaba y condenaba, por los casos erróneos y equivocados que cometió el individuo.
Escribo, porque a partir del 2020, la situación de la pandemia del coronavirus SARS-COV2, y sus múltiples variantes han sido una mega prueba de fuego a toda la humanidad; de ello, muchos negocios fueron quebrados, proyectos congelados y archivados, y las capacidades fueron diezmadas por las diferentes medidas de bioseguridad y de confinamiento, incómodos para muchas personas, cuyas costumbres fueron erradicadas y cuyas actividades se redujeron en vías virtuales.
Pasaron tres meses de aislamiento preventivo obligatorio, de confinamiento, de cuarentena, muchos pidieron ayudas para poder sobrevivir, otros exigían que hubieran medidas para reabrir los negocios y otros querían cobrar dinero por los días inactivos.
Las medidas se dieron, la entrega masiva de mercados por familias y la reapertura gradual de negocios, desde los menos riesgosos de contagio; sin embargo, esas medidas causaron mayor malestar a varias personas, quienes vivían de un salario mínimo y de aquellos que fueron microempresarios, quienes estaban desesperados en cómo poder pagar servicios públicos y arriendos de locales, como fue el caso de mi papá, quien manejando una lavandería de más de 25 años de servicio en una zona riesgosa de mayores casos de contagio en Bogotá, tuvo que resignar en esperar, después de dos intentos de abrir y hacer funcionar la lavandería, pero, por confinamiento por localidades o unidades de planeación zonal, la policía le prohibió. Lo peor era que el arrendador, que decía ser amigo de mi papá, le cobró el arrendamiento por los días inactivos de confinamiento, situación que hizo desesperar a mi papá, a quien el estrés y su condición de adulto mayor, tuvo que buscar diferentes maneras en pagar a esos cobros injustificados.
El último confinamiento, en las primeras semanas de enero de 2021, mi papá, pensando en empeñar sus joyas y artículos valiosos para pagar esos elevados arriendos, pidió dinero prestado a mi mamá y a mis hermanas, quienes nunca lo quisieron por el maltrato que les causó hace varios años; todo ello conllevó a una gran desesperación que le causó el primer infarto de corazón, estando en casa, suceso que motivó a toda mi familia en llevarlo de manera urgente a un hospital. Él sabía que si no pagaba al exigente e injusto arrendador, éste lo demandaría, igual que, en el caso de algunas de las empleadas, a quienes incumplió el pago quincenal del salario. Lo último que quería mi papá era vender la lavandería, comprar un nuevo computador para mí e ir de viaje a Cali, para nunca regresar. Todo ello nunca se cumplió, cuando, al estar internado en el hospital, le dio el segundo infarto de corazón, causando fallecimiento, con una desesperación que no lo dejó cumplir sus setenta y siete años de edad eln marzo de 2021.
El deseo de avaricia de dinero desesperó al arrendador, quien motivado por un abogado, decidió buscar la casa donde vivía mi papá, pero al encontrar con mi mamá, se enteró de la muerte de mi papá, dejándolos a ambos callados, saliendo de mi casa. Pero la ambición persistía y la obsesión de la presión con el poder de la desesperación convenció a toda mi familia en hacer funcionar la lavandería, con la amenaza del mismo arrendador, su esposa y sus nietos en sacar a la calle toda la ropa y toda la maquinaria, mi mamá no quedó más opción que aceptar las condiciones del arrendador y yo, a regañadientes de mi mamá, y de mis hermanas, tuve que ayudarla en esa ingrata labor, tratando, no sólo de hacer funcionar el denominado lavaseco, sino también de venderla.
Aunque mi mamá, con su convicción de vendedora, comadre y mentirosa, hizo lo que una vez hizo mi papá: exigir de cualquier empleado el cumplimiento de sus labores.
Mi familia nunca me enseñó en ser honesto, sincero y de buenos resultados, para sentirme bien, eso lo aprendí en primaria y bachillerato, aunque, recibía el matoneo de los compañeros de clase, sólo por ser una persona diferente de ellos, por mi condición de discapacidad múltiple (visual grave, cognitiva leve, psíquica leve), sólo porque, para ellos molestar a una persona era ganar amistad, acompañado por la desesperación que desconcentraba mis estudios, de los cuales, llevaba sobresalientes calificaciones.
Era (y es) difícil controlarme en el trato a diferentes personas de diferentes generaciones, de ideas, de pensamientos, de comportamientos; porque mi juicio perdió por esa desesperación incentivada, por el constante bulling que recibía, causal de regaños, castigos y llamadas de atención por parte de toda mi familia. Por eso, hoy mi mamá sólo me quiere para sus planes de ganar dinero, mis hermanas me comparan injustamente con mi papá, sin entender lo que quiero ser y mis proyectos de vida, lo que quiero pensar, lo que deseo sentir.
Para mí, la década del 2020 es una década dura, cruel, de desesperación por encontrar mi propio camino y por lograr mis proyectos, que están en incertidumbres.
Esas incertidumbres lo viven los jóvenes de la década de 2020, quienes por odio y rencor al gobierno nacional, al gobierno distrital, a las gobernaciones, alcaldías y gobiernos locales; decidieron salir a protestar a las calles, con una infinidad de razones, la mayoría justas, pero el desespero de llamar la atención los llevaba en acciones anarquistas, cuyo método de divide y vencerás, confunde y reinarás, establecida por aquellos sistemas de regímenes ocultos, manejado por amigos y aliados del gobierno nacional, sólo con la justificación en defender la patria a cualquier costo, sacrificando vidas inocentes por lado y lado, para ganar rentos a ocultas, con ello, mostrar en los medios masivos manipulados, para servir de perifoneo constante, y a las redes sociales para incendiar esas guerras psicológicas que hacían desesperar y confundir a todos los seres inocentes, haciéndolos coger decisiones equivocadas.
Ante todo ello, ¿cómo puede el ser humano soportar y tomar decisiones adecuadas para participar, decidir, solucionar; si todas sus capacidades están siendo subestimadas por ambiciosos avaros y codiciosos que quieren el poder?
Todos los esfuerzos de muchos colombianos artista, deportistas y científicos, fueron alterados por la pandemia, seguramente esa situación regrudeció las malas preparaciones en lugares poco adecuados para los deportistas de alto rendimiento, causando resultados menos favorables en las diferentes competencias internacionales, más si los resultados en ciclismo, Juegos Olímpicos y fútbol no eran los esperados por aficionados e hinchas, quienes desesperados, exigieron explicaciones del ¿por qué sucedieron esos malos resultados? Además, a la brava y a la ligera, sin tener pruebas o justificaciones, para exigir renuncias masivas, tanto en fútbol como en el ciclismo, mientras otros deportes que obtuvieron sobresalientes resultados, fueron poco valorados por los medios masivos de comunicación.
En definitiva, a pesar que Colombia fuera uno de los países con aceptables resultados en reactivación económica, el manejo que se dio en política, en cultura, en deporte, y en lo social, fue totalmente deficiente y la desesperación era bastante mayor de lo que vivimos antes del 2020.
Ahora, todos pensaban en lo peor, sea por la escasez del agua, la pandemia del hambre, los intentos causales a una posible Tercera Guerra Mundial, perjudicarían aún más a la raza humana en general, que seguramente los sobrevivientes serán pocos, sufriendo en condiciones deplorables.
Soy de los pocos que confío en la esperanza de sacar nuestras vidas en adelante, en que Colombia pueda mejorar por sus habitantes que quieren progresar, por el cuidado al entorno ambiental y en colaborarnos mutuamente como sociedad, como comunidad en general, aplicando los principios de participación ciudadana, emanadas por la Constitución Política de Colombia de 1991.
Puedo ser la persona menos indicada en motivar, en proponer, en proyectar; pero estoy seguro que de esta situación que vivimos entre el 2020 y el 2022, pueda solucionar y mejorar, en pro de todos los inocentes que quieren lograr algo en la vida.
JUAN CARLOS QUENGUAN ACOSTA.
Administrador medio alternativo
Sitio Bagatela
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