Del poemario NATURALEZA HUMANA, POETA RECICLADO de Juan Carlos Quenguan:
A mi papá Jesús Humberto Quenguan Coral:
CONFÍO MIS PRENDAS EN MANOS EXPERTAS
I
Pantalones sucios,
Chaquetas percudidas,
Camisas y camisetas manchadas,
Si no tengo lavadora en mi casa,
O la mancha no se quita,
Las llevo a una lavandería,
Para confiar mis prendas
En manos expertas.
Lavandería,
Lavaseco,
Limpiaseco,
Nombres diferentes,
Mismo servicio,
Múltiples formas de realizar.
II
Adentro de la amplia reja abierta,
Vi a dos adultos mayores,
Quienes estaban al frente del mostrador,
De verde, blanco, rojo,
Como imitación de mesa de billar.
Amables trabajadores,
Atendían con buen genio y humildad,
Hablando, explicando, charlando, aclarando,
Mostraron a simple vista del cliente,
La limpieza de sus uniformes y delantales,
De tonos pasteles.
Dejé mis prendas
A manos ásperas y arrugadas
De quienes anotaban en recibos de pago,
con papel carbón azulado,
En medio del blanco arriba y verde abajo,
Plasmando en letra pegada inentendible.
Después de revisar a mis prendas,
Sacaron ambos recibos:
La blanca,
lo guardaron en uno de los bolsillos de una de mis prensas,
La verde,
Me entregan para constar
En que mis prendas quedaron
En manos expertas.
III
A mis prendas
Los marcaron con marquillas
En retazos de telas blancas,
El número consecutivo del recibo,
Con hilos blancos,
colgaron dichas marquillas
En los huecos para abotonar.
Seleccionaron las prendas
Por orden de color,
Para no mezclar
Entre blancos, oscuros
y rojizos que destillan.
La mayoría,
entre poliéster, paño y dril,
Eran escogidos para el lavado a seco,
Con líquido incoloro,
Con olor fuerte
Para eliminar los aromas desagradables.
Con ese líquido,
Refregaban a los bolsillos de cualquier prenda,
Antes de pasarlos
A la máquina de lavado en seco.
Otras prendas entre algunos driles y varios jeanes,
Eran lavados en frío del agua,
Por una empleada mestiza,
Descendiente de campesinos de tierras lejanas,
Quien se puso al frente de un lavadero
De piedras y cemento duro,
Para lavarlo con sus propias manos,
Al estilo de las lavanderas,
Sobre las anchas piedras
De los ríos claros y caudalosos.
IV
Algunas horas pasaron,
Decidieron prender la caldera
En forma de tinaco cilíndrico,
Cuya calentada al vapor
Se hacía con combustible diésel,
Conocido también como ACPM.
Ochenta era el número clave para el vapor subido,
La empleada, alzando sus arrugadas manos,
Botó el agua acumulado del día anterior,
Para dejar salir todo el vapor.
Prendió la secadora del compacto,
Subiendo un botón,
Girando otro botón;
Escogió una tanda de diez piezas,
Mientras la secadora giraba
En sentido de las manecillas del reloj,
Para depositar la tanda,
Para girar,
Para secar.
V
Después del duro lavado en frío
Las prendas fueron extendidas para escurrirlas
En un burro galvanizado
En la parte lateral del lavadero.
Luego, las sacaba
Para dejarlas en un tarro cilíndrico
De azul plástico resistente,
Para arrastrarlo con las fuerzas de sus brazos
Hacia la máquina centrífuga,
Donde a cada prenda
Lo extiende,
Lo envuelve,
Como pitas gruesas.
Con tal de que la extractora de agua
No bailara,
No tambaleara,
No golpeara.
La centrífuga, con sus caballos de fuerza,
Con el sonido característico de un automóvil en autopista,
Giraba en sentido contrario
De las manecillas del reloj,
Saliendo agua del tubo galvanizado
a una de las tantas canecas plásticas
Que sirvieron antes como galones de pintura.
VI
Sacada de manera ágil y delicada,
La primera tanda de ropa seleccionada
De la máquina secadora
A más de sesenta grados,
La empleada verificaba
Lo seca que estaba cada prenda,
mientras el prensista de más de setenta años
Lo cogía con sus manos,
Pasarlos sobre su brazo izquierdo
Y llevarlos,
Para dejar encima de una caja rectangular,
De madera pulida, color ocre,
Para luego, sacar el agua del tubo de vapor
A un balde aguamarina,
Prender el vacío
Y funcionar la plancha
En forma de boca abierta,
Acomodada con telas forradas
De azul real intenso.
Sostuvo la prenda,
Para presionar con la plancha,
Con pedal, sacó la mayor cantidad de vapor
Mientras, su rostro enrojecía
Como tomates vendidos en plazas de mercado,
Sin dejar de concentrar su labor.
Sacó la prenda templada,
Como papel plano impresa,
Para que el mismo prensista lo colgara
En ganchos de plástico, de negro fúnebre,
Para dejarlos a merced
De la empleada del almacén,
para el acople de numerosos consecutivos,
Marcados en las prendas.
VII
Prendas seleccionadas,
Ropas separadas,
Trajes acoplados,
Paquetes embolsados
De plásticos cubre pantalones,
De plásticos cubre vestidos,
Para pinchar los recibos
A punta de alfileres.
Después del acople,
Cada paquete era almacenado
En forma lineal de números consecutivos,
Desde el más antaño, hasta el más reciente,
Para ubicar junto con los tipos de ropa:
Pantalón con pantalón,
Chaqueta con chaqueta,
Vestidos con vestidos,
Camisetas, buzos, blusas,
Overoles de trabajo manchado,
Cobijas con cubre lechos,
Tenis con zapatillas
Y el resto,
los mixtos de ropa de más gusto del cliente,
En los burros de hierro
Que los sostuvieron
Las veinticuatro horas del día,
Los siete días de la semana,
Los doce meses del año.
VIII
Al siguiente día,
Apresurado, llegué a la lavandería,
Con sudadera puesta,
Llevando el recibo verde
Para quedarme al frente del mostrador,
Transitado de bichitos sin hogar,
Para avisar mi presencia,
Con un saludo a viva voz.
La señora me recibió
Mostrando su sincera sonrisa,
Para entregar el recibo doblado,
Al ver, la almacenista vio el recibo,
Para que lo buscara en el almacén de ropa,
Para que divisara el consecutivo,
Para que sacara el paquete,
Para regresar el mostrador,
Para mostrarme el resultado del proceso
De lavado y secado de las prendas
En manos expertas.
Revisé mi ropa,
Limpia, pulcra, planchada, bien tratada,
Saqué el dinero de mi pantalón dril suave,
Entregué a la señora en frente del mostrador,
Como pago por el servicio,
Saqué mi ropa colgada en ganchos plásticos,
Envueltos por bolsas plásticas transparentes cubre vestidos,
Agradecí sonriente,
Ella me devolvió con su humilde sonrisa.
Salí del establecimiento,
Sin saber que el dueño, el prensista
No aparecía más,
Al lugar de sus esfuerzos,
Donde confío mis prendas
En manos expertas.
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